Rañada.- Un punto de vista común es que la ciencia está regida por una especie de automatismo que la hace fría y lejana para el gran público. Sin embargo, la ciencia consiste en una mirada inteligente, consiste en un mirar y asombrarse. El asombro es lo que mantiene la curiosidad intelectual, como reconocieron los griegos al simbolizar la sabiduría en la lechuza de Minerva, de ojos desmesuradamente abiertos. El positivismo del s. XIX quiso afirmar lo contrario – “ya no hay lugar para el asombro” -, tratando de encapsularlo todo en unas cuantas ecuaciones. Pero esta posición no se sostiene (cita de Planck); cada progreso implica descubrir un nuevo misterio, y los descubrimientos ponen de manifiesto que existe un velo que se va corriendo siempre más allá.
Tsallis.- Quiero ante todo agradecer la invitación que me habéis hecho, que me ha permitido volver a España. España es un lugar de sorpresas. Es la tierra de D. Quijote, el héroe de lo irracional, y también es la tierra del flamenco. El flamenco no puede no despertar en quien lo contempla un asombro. El título del encuentro, “la aventura del descubrimiento”, que evoca la sorpresa del descubrimiento de América, me parece muy acertado. Porque frente a un descubrimiento, hay una cierta colocación del sujeto respecto de lo real, que abandona lo establecido, “se aventura” en la realidad; así es como se hace un progreso hacia delante. La ciencia progresa de esta manera. He leído y releído los textos que me habéis entregado para preparar este encuentro, y encuentro sorprendido una gran correspondencia entre lo que los tres, Rañada, Bersanelli y yo, afirmamos. Por ejemplo, la expresión “velo” que acaba de utilizar Rañada es equivalente a la expresión “cortina” que yo había escrito en las notas que había preparado para este encuentro. La sensación que se tiene en el descubrimiento es la misma sensación que se tiene frente a un chiste, tienes la sensación de que algo inminente va a ocurrir: uno no tiene la más mínima duda del sentido del chiste. Es como el “insight” que se produce cuando se comprende un chiste. Hay una mezcla de intuición y de lógica: en el chiste se hace claro, es lo mismo que sucede cuando un velo se corre ante tus ojos.
La segunda palabra que he encontrado en el artículo de Rañada al igual que en el mío es la palabra “magia”. Einstein dijo que “lo más incomprensible del Universo es que parece ser comprensible”. Existe un vínculo profundo entre el yo y la realidad; así, recientemente un científico francés que se dedica a un asunto de gran interés en la actualidad, como es comprender de qué manera funciona el cerebro, añadió a esta frase: “y lo mas incomprensible de este incomprensible es que parece que nosotros podemos comprender cómo comprendemos”. Me pedís que responda a la pregunta “¿Queréis decir que la intuición y el afecto forman parte de la dinámica de la razón?” ¡Efectivamente! Sin intuición, en oposición al proceso de deducción, no habría progresos científicos de fondo. El método deductivo consiste en partir de ciertas premisas que revelan consecuencias inesperadas de un esquema ya existente, como por ejemplo si yo os pregunto ¿cuánta cuerda de más hace falta para elevar a 1 m de altura sobre la superficie terrestre una cuerda que diera la vuelta al mundo? Responderíais que muchos metros, quizá miles dadas las dimensiones de la tierra: la respuesta, unos 6 m (? veces el diámetro es el perímetro de un círculo, por lo que si el diámetro aumenta 2 metros, el perímetro aumenta dos veces ?), puede ir contra la intuición, pero es fácilmente deducible. Sin embargo los grandes progresos son siempre inductivos, se parecen más al insight del chiste del que hablábamos hace un momento.
Bersanelli.- Es la primera vez que encuentro tanta consonancia con los que han intervenido antes que yo; me facilitan la tarea de decir lo que me interesa decir. Se nos ha preguntado por una cuestión muy interesante, el vínculo entre la razón y el afecto. La primera observación en nuestra experiencia es que para conocer hace falta tener interés por el objeto. Es necesario que la realidad impacte a la persona de tal manera que suscite una pregunta. Esto se ve en el origen de la ciencia, pero también en la experiencia personal. Por ejemplo, la Astrofísica es un desafío para la razón. El origen de mi interés por la Astrofísica está en que cuando era crío miraba al cielo con el estupor y el asombro que una realidad grande provoca. Este estupor original es lo más grande y decisivo de cuanto sucede en cualquier conocimiento; esto es un fenómeno afectivo. Sin estupor por la realidad la razón está paralizada. Lo mismo sucede en el estudio: es difícil estudiar algo extraño, y es imposible conocer algo que no nos toca para nada. Este dejarse golpear por la realidad es necesario no sólo al comienzo sino en cada paso del recorrido investigador; cada paso necesita del atractivo del objeto, del atractivo de la finalidad No es adecuada sin embargo la reducción de la razón a su aspecto lógico-deductivo.
Rañada.– Me gustaría recordar en este punto una copla de Machado:
Sin el amor las ideas
son como mujeres feas
o copias defectuosas
de los cuerpos de las diosas
Moderador.-El científico es un soñador, desea lo imposible, desea poder afirmar una ley siempre, en todo lugar. Sin embargo por lo que conozco de vosotros, sé que sois plenamente conscientes de que delante de vosotros siempre habrá un océano infinito desconocido. ¿Por qué, aun así, seguís preguntándoos?
Rañada.– La pregunta es algo profundamente humano, es lo que define lo humano incluso frente a lo que ya conoces. Es lo que nos permite siempre seguir asombrándonos. Sin preguntarse, los seres humanos no habrían llegado a lo que son; es así como tras la evolución cósmica vino otra biológica, y luego otra cultural, cada vez más rápidas. Nunca podremos abandonar las preguntas.
¿Sabéis cómo Einstein imaginó por primera vez la teoría especial de la relatividad? Cuando era todavía un niño, y mientras esperaba un tren en la estación, se preguntó mirando un reloj qué es lo que pasaría si él se desplazara lo suficientemente rápido como para hacerlo “montado en el rayo de luz” que le hacía llegar la imagen del reloj… sería como si la imagen permaneciese fija, es decir, el tiempo se paralizaría. Y Heisenberg puso de nuevo de manifiesto, con la moderna teoría atómica de la dualidad onda-corpúsculo de la materia, la vieja disputa entre Platón y Demócrito acerca de los constituyentes básicos de la materia: ¿está formada por las ideas o por los constituyentes duros?
Tsallis.- Newton, a pesar de haber sido reconocido como el mayor científico del mundo en su época, decía: “Ignoro cómo soy percibido por los otros (¡por los otros era considerado como un tremendo genio!), pero me siento como un niño que en la playa busca algunas piedras más redondas que otras, mientras delante de mí se extiende infinito un océano desconocido”.
Tengo que confesar que no sé responder a esa pregunta. De todas las preguntas que me habéis hecho llegar es la única a la que no sé responder. Nunca nadie jamás lo sabrá todo. Entonces, ¿por qué quiere uno siempre saber más si sabe que nunca nadie lo sabrá todo? Camus no supo responder, y yo tampoco. Es el mito de Sísifo, que es condenado a subir una gran roca eternamente a lo alto de una montaña, y cuando llega arriba la roca vuelve a caer y así tiene que hacerla subir eternamente. ¿Por qué sube Sísifo de nuevo a la montaña? No lo sé, pero sé que cuando un ser querido está enfermo, uno hace todo por él, aunque sepa que va a morir de cualquier modo. Es algo misterioso. El amor lleva al cuidado del ser amado, por una razón que yo no entiendo, pero reconozco que es así. Del mismo modo que ¿cuál es el sentido de vivir un día más si finalmente nos vamos a morir? … qué misterio! Es como el estupor frente a la realidad del que hablaba Marco.
Por otro lado la satisfacción del descubridor no es función del nivel de conocimiento respecto del conocimiento total o nulo, sino del “salto” que ha propiciado que se dé en ese instante, de la novedad descubierta. El progreso del hombre, su condición, no está ligado a la “función conocimiento” sino a los “pequeños incrementos” de dicha función. Es así como contribuye al infinito desconocido. Uno está satisfecho si progresa en el punto en el que está. El hombre está hecho así aunque no sé decir por qué.
Bersanelli.- Agradezco esta pregunta, y quiero decir que ante todo es importante no darla por descontado. No hay que dar por descontado que existe un Infinito en el océano de la realidad, que se nos presenta en última instancia como inalcanzable. No podremos jamás definirla completamente. Digo que no hay que dar esto por descontado porque existe una tendencia muy extendida por parte de algunos científicos que afirman precisamente todo lo contrario, son presa de la ilusión que reaparece cíclicamente, de que la física puede llegar a describir completamente la naturaleza. Esta postura censura la posibilidad del imprevisto: cada gran descubrimiento ha sido, históricamente, la premisa de una nueva pregunta cada vez más interesante, es decir, que no hay descubrimiento, por pequeño que sea, que no ilumine más allá de sí mismo. La realidad es siempre más rica de cualquier definición.
Me parece que el aspecto más misterioso del descubrimiento es esta pregunta. La existencia de la pregunta, frente a un atractivo, despierta la voluntad de ir al encuentro de la realidad. Esto es un dato de hecho. Misterioso. Que plantea una alternativa: o bien la naturaleza es malvada y se ríe de nosotros provocándonos un interés inútil que no tiene ninguna finalidad, o bien en cada paso limitado existe una real posibilidad de correspondencia entre yo y la realidad. Nos damos cuenta del cumplimiento cuando sucede. En el caso de la ciencia, por ejemplo, la correspondencia se produce cuando existen indicios que conducen a una certeza acerca de un fenómeno. El que sea fuente de nuevas preguntas no le quita nada a su condición de certeza. Nuestra razón es capaz de conocer realmente. Existe la posibilidad de llegar a una certeza aunque sea ínfima frente a las infinitas preguntas: sabemos con certeza que el sol es una estrella entre tantas otras, que Andrómeda es una galaxia externa a la nuestra y no una nebulosa interestelar como se creía hasta hace no mucho… Éstas son certezas absolutas que no pueden ser ya objeto de falsificaciones. Cabe siempre la posibilidad de alcanzar algo verdadero aunque sea ínfimo con relación al infinito campo de conocimiento.
La relación con la realidad en la ciencia es análoga a la relación con la persona que despierta en mí un atractivo: cuanto más la conozco, más me doy cuenta de que no la poseo. El que la realidad sea un infinito (nunca la conoceré hasta agotarla) no quita nada al atractivo que suscita en mí. La percepción del misterio infinito que hay en el otro, o en la realidad, forma parte del gusto, del atractivo, del interés por conocer, y hace que este interés sea cien veces mayor.
Rañada.- Como decía Bersanelli, es un mito pensar que podemos llegar a alcanzar una ciencia definitiva, como pretende por ejemplo el premio Nobel norteamericano Steven Weinberg, una gran figura de la Física de partículas elementales, que afirma en su libro “Sueños de una teoría final” que estamos ya cerca de tener el conocimiento completo y total de las leyes de la naturaleza (como quería Adán tener toda la ciencia del bien y del mal, tras comer la manzana). Esto es imposible Por ejemplo, para conocer qué sucedió en el primer instante del Big-Bang necesitaríamos construir un acelerador de partículas de tamaño infinito. Es verdad que los vamos construyendo cada vez mayores y así estamos siempre más cerca de ese primer instante, pero nunca lo conoceremos totalmente.
Moderador.- Habéis hablado los tres del instante del descubrimiento, y de cómo en el descubrimiento uno rompe con lo establecido: ¿qué quiere decir para vosotros que en esta dinámica “es urgente no primar un esquema que se tenga previamente en la mente por encima de la observación completa, apasionada e insistente del hecho, del acontecimiento real”? Además, en este camino que recorréis de certeza en certeza, nos ha llamado mucho la atención la afirmación de Tsallis de que “el científico encuentra en la belleza del descubrimiento una prueba irrefutable de su veracidad”, o cuando habláis del descubrimiento científico como de un excedente, como el espectáculo de un nuevo escenario que tenemos el privilegio de admirar y de comunicar. ¿Qué experiencia tenéis de esto?
Rañada.- No siempre funciona el que toda teoría bella sea verdadera, conocemos a lo largo de la historia algunas teorías muy bellas que acabaron demostrándose como falsas; pero es verdad que es un buen indicio. Por ejemplo, pensemos en Pitágoras cuando elaboró sus teorías sobre los números. O en Dirac (el descubridor de la Delta que lleva su nombre y de la teoría relativista electrónica) cuando decía que “es más importante poner belleza en las ecuaciones que el que respondan exactamente a los resultados experimentales”. El gran Richard Feynmann sentía una emoción profunda ante las leyes de la naturaleza, que calificaba incluso de religiosa. Y exigió a sus colegas un silencio contemplativo en el instante en el que se obtuvo, mediante el microscopio electrónico, la primera “visión” de los átomos.
Tsallis.- La importancia de la Belleza es tal que fundamenta, prácticamente, un método de trabajo, como decía Rañada. Hay una correspondencia profunda entre la Belleza y la Verdad, así como hay una profunda conexión entre la ciencia y el arte; no en vano se ha hablado de las utopías del arte y de la ciencia. Me piden aquí en la mesa que os cuente lo que le ocurrió a Einstein cuando se verificó experimentalmente su teoría de la Relatividad General. Cuando él la elaboró, predijo una pequeñísima deflexión de la luz proveniente de una estrella al pasar por la vecindad del Sol. Se hicieron experimentos en Brasil y en Sudáfrica para verificarlo. Los primeros resultados de Brasil que llegaron a Einstein no confirmaron su teoría. Él dijo entonces: “el experimento está equivocado, porque la teoría es demasiado bella para ser falsa”. Efectivamente, estaba equivocado; los resultados de Sudáfrica confirmaron su predicción con una precisión extraordinaria!
Un matemático hindú que es amigo mío y con el cual intercambio correos electrónicos repletos de ecuaciones, suele decirme: “esa ecuación no parece suficientemente elegante”. O como decía un matemático inglés: “bien representado implica un 50% resuelto”. Llega un momento en que forma y el contenido comienzan a confundirse. ¿Por qué es así? Sé que es así, pero ¿por qué? J. Keats decía que “La Belleza es Verdad y la Verdad es Belleza”. Yo no sé exactamente en qué consiste la Belleza, pero ponerme delante una mujer bella y la reconoceré.
Voy a ensayar una explicación partiendo de un ejemplo. Nosotros percibimos el mundo en 3 dimensiones o, todo lo más, en 4, si tenemos en cuenta el tiempo. Imaginemos que tengo que salir de una cárcel en la que estoy encerrado. Si esa cárcel fuera un círculo (2 dimensiones), siempre podré salir de él utilizando la 3ª dimensión (la altura) para salir de él. Si ahora la cárcel fuera una habitación, puedo imaginar el salir de ella usando la 4ª dimensión (el tiempo), esperando que antes o después esa cárcel deje de existir y yo ya esté fuera. Pero nadie puede imaginar el salir de esa cárcel si fijamos el tiempo. Es decir: nosotros percibimos en 3+1 dimensiones. No sabemos si será así realmente el universo, pero nosotros lo percibimos así. ¿Por qué nosotros percibimos en 3+1 dimensiones? La explicación puede ser que yo tengo percepciones gracias a la fuerza electromagnética y esta interacción funciona en 4 dimensiones. Si nosotros percibiéramos por interacciones gravitatorias que funcionan en más de 10 dimensiones, podríamos quizá percibir otras cosas. Es decir, la física es el estudio de lo que el hombre puede percibir de la verdad última (no exactamente de la verdad última). Entonces: como nosotros percibimos la belleza y la verdad de una misma forma, por interacción electromagnética, esto podría explicar la íntima conexión entre ambas de la que antes hablaba. Lo cierto es que lo bello provoca en nosotros cierta sensación de armonía.
Así una ecuación cuando está en su forma bella, cuando es “elegante”, no sólo refleja adecuadamente los experimentos (podría hacerlo igualmente sin ser bella), sino que además en ese momento está preparada para ser un de algo mayor.
Moderador.– Habláis de la alegría que uno experimenta en el momento del descubrimiento. Pero nos parece que Bersanelli incluso va más allá: hablas de alegría y de agradecimiento. ¿Por qué hablas de agradecimiento?
Bersanelli.- El primer hecho que emerge de la experiencia es que la realidad no la hacemos nosotros. Buscamos conocer, estudiar una realidad que nos encontramos ya hecha ante nosotros, que en alguna medida se nos entrega. Podemos discutir cuanto queramos acerca de los límites que nosotros o la realidad imponen a nuestro conocimiento de ella, pero es cierto que la realidad se desvela a nuestra conciencia: ésta es la aventura del descubrimiento. No sólo por genialidad personal, sino también porque concurren una serie de circunstancias favorables.
Cuando esto sucede, un paso adelante es siempre fuente de alegría porque, como decíamos antes, es inconcebible que el universo se deje conocer, que exista este vínculo profundo entre mi yo y cualquier trozo de la realidad; de aquí la alegría del descubrimiento.
Pero la gratitud efectivamente es más que la alegría, es algo distinto; porque existe sólo respecto a las personas, uno puede estar agradecido a alguien, no a algo: la gratitud implica el reconocimiento del que hace tanto la realidad como al sujeto que la conoce. Esta gratitud constituye el modo natural de abordar la realidad. Si mi hijo recibe como regalo una bicicleta mucho más bonita de lo que nunca hubiera soñado, puede hacer dos cosas: llevársela al jardín y montarse en ella, o, un segundo antes, preguntarse quién se la ha dado, de dónde viene, de quién procede. Si ha escogido esta segunda opción y se ha hecho esta pregunta, entonces tratará mejor la realidad y la bicicleta. Entonces, la gratitud surge a la vez que la pregunta –o al menos una necesidad de gratitud-, antes incluso que la respuesta; uno que hace un descubrimiento no sólo está contento, sino que necesita comunicarlo, hasta a los colegas más antipáticos, aún antes de haber elaborado la respuesta completa.
Tsallis.– Quisiera añadir que, efectivamente, se tiene una sensación extraña cuando uno descubre algo. No hay ningún mérito o demérito en ser inteligente como en ser un zafio, así como no hay mérito ni culpa en ser guapo o en ser feo. Es cierto que para hacer ciencia hace falta una cierta inteligencia, pero puede ser que alguien descubra algo que otras personas mucho más inteligentes no han podido descubrir aún trabajando sobre ello. La inteligencia, la belleza, el descubrimiento.. son en última instancia dones inesperados: por eso en el ámbito científico, el talento no podrá nunca justificar la arrogancia.