El proyecto Gran Simio

Benedetta CappelliniSenza categoria @es

Se presentan las claves biológicas que diferencian a la especie humana Homo sapiens de los restantes homínidos. Se destaca en particular la «evolución cultural» fenómeno exclusivamente humano que se añade a la «evolución biológica», del que se señalan sus características más esenciales: lenguaje articulado, capacidad de razonamiento abstracto, transmisión de conocimientos al margen de los genes, comportamiento, etc. Este hecho diferencial ha conducido al proceso de «humanización» que se añade al proceso de «hominización». Se señala la menor importancia del dato del porcentaje de similitud del ADN al comparar los genomas del hombre y los grandes simios y la mayor relevancia de las diferencias en los propios genes o en la regulación de su expresión. Por último, se discute la pretensión de igualar en derechos y en la consideración de personas a los grandes simios, preconizada en el Proyecto Gran Simio, por carecer de fundamento biológico, por ser injusta con los propios seres humanos más indefensos y por no ser necesaria para proteger a los grandes simios en peligro de extinción.(Artículo aparecido en Páginas Digital, www.paginasdigital.es)

Nicolás Jouve de la Barreda, Doctor en Biología y Catedrático de Genética (Universidad de Alcalá)

 

Hace más de 2000 años, Aristóteles (384 a 322 a.C.) definió al hombre como un animal de sangre caliente y destacó la enorme proporción de su cerebro, su especial inteligencia y su capacidad de relación con sus semejantes cuando sentenció que «el hombre es un animal político». La distinción y la singularidad que Aristóteles atribuía a la especie humana con relación al resto de las criaturas, quedaba patente también en la certera secuencia de acontecimientos con la que explicaba la emergencia de la especie humana en su ensayo De la generación de los animales [1]: «Primero lo vivo, luego el animal y por ultimo el hombre».Mucho más tarde, en 1758, el naturalista sueco Carl Von Linné (1707-1778) publicó una ingente obra titulada «Sistema Naturae», que suponía el primer intento de ordenación y clasificación de los seres vivos. Linné propuso por primera vez el género Homo para designar el grupo al que pertenecemos e incluyó en él una única especie viviente, el hombre sabio Homo sapiens. Linné denomino «primates», que quiere decir los «primeros entre los animales», al grupo de especies en el que se integran los humanos, los simios y los monos.

Ya en el siglo XIX, Charles Darwin (1809-1882) incluyó a la especie humana en el mismo esquema evolutivo de todas las especies en su obra «El origen de las especies por selección natural» [2], de cuya publicación celebramos en este momento el 150 aniversario, y más explícitamente en su ensayo «El Origen del Hombre y la Selección en relación al sexo» [3], publicado en 1871. La acertada inclusión del hombre en el mismo contexto evolutivo de las demás especies levantó una importante discusión, no sólo por razones de índole religioso, sino por falta de pruebas, ya que en aquella época se carecía casi por completo de restos fósiles de los eslabones intermedios entre los primitivos simios y el hombre moderno.

Un contemporáneo y fervoroso defensor de la obra de Darwin, Thomas Henry Huxley (1825-1895), señaló que el hombre difiere menos del chimpancé y del orangután que estas especies de los monos inferiores. A esta aseveración se ha referido no hace mucho el prestigioso antropólogo, Roger Lewin en su obra «Evolución Humana» [4], al señalar que «…la conclusión de Huxley… fue un elemento clave para la mayor revolución de la historia de la filosofía occidental: los humanos pasaron a ser considerados como formando parte de la naturaleza y no aparte de la naturaleza».